Noto mi cuerpo abrasado
por un sol encendido,
fundido en el firmamento,
de tus ojos brunos.
Marcho por bosques,
donde el hábitat
se camufla de verde,
frondosa alfombra
que inunda todo.
Un resplandor me abraza,
absorbiendo mi espíritu,
transportándome ingrávido
entre la arboleda perpetua.
Veo el día hecho noche,
y en la penumbra muerte,
danzan las sombras,
bañadas de tinieblas.
En un claro,
errantes caballeros
con la tez blanca,
blanden espadas de martirio.
Condenados de inmortalidad
purifican sus almas,
aniquilando entes,
y enemigos imaginarios.
Llego a los confines
de tus cálidas pupilas,
bebo de tus lágrimas
elixir eterno.
Se acaba mi viaje
termina el sueño,
sigo ajusticiando
adversarios muertos.
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