Franqueo las murallas,
las puertas abiertas,
desguarnecidas,
parecen desiertas.
El castillo misterioso,
me atrae a sus entrañas,
estatuas guerreras,
empuñan guadañas.
En la oscuridad
el miedo se siente,
la luz de la antorcha,
alumbra las sombras
del gélido ambiente.
Avanzo a
hurtadillas,
mi rumbo es incierto,
las piernas me guían,
en esta soledad
todo parece muerto.
En un trono dorado
bañado de luna,
en medio del patio,
su cuerpo sentado
en la noche brilla.
Me llaman sus manos,
sus labios con hambre,
fríos me abrasan,
deslizándose por mi cuello
buscando mi sangre.
Mi cuerpo inerte
yace en su regazo,
dice que soy eterno
descanso tranquilo,
me envuelve su abrazo.
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